El capitán celeste es "usted"

Diego Lugano bajó del tranvía tirado por caballos, caminó rumbo a la concentración celeste del Parque Saroldi, saludó con un "buen día" amable pero adusto , se quitó la gorra de visera y felpa gruesa, sacó un par de zapatos de fútbol con tapones de cuero de adentro de la bolsa que trajo consigo y se aprontó para el entrenamiento del combinado de Uruguay que va a jugar la Copa América de 1925 en Argentina; en las canchas de Sportivo Barracas y Boca.

Edinson Cavani, por su parte, más joven, llegó en el carro de reparto de hielo de un amigo que lo arrimó porque tiene una buena clientela en la zona del Prado, donde abundan las casonas y mansiones de familias de buen pasar económico, y un botija de pantalones de media caña, ajustados por debajo de la rodilla, le pidió para llevarle la valijita de la ropa, así podía "colarse" y estar un rato al lado de José Nasazzi, el "Vasco" Pedro Cea, el "Mago" Héctor Scarone, y Pedro "Perucho" Petrone.
¿Mil novecientos "veintipico"? ¿O 2011? La escena no tiene tiempo. Es parte del glorioso fútbol uruguayo de toda la vida. De los celestes campeones olímpicos y mundiales de antes, y de los que están entre los cuatro mejores del mundo ahora. De la imagen y el respeto que, a fuerza de conductas, ejemplos y no imposiciones, se supo ganar un capitán; y de la consideración, obediencia y hasta admiración naturales que, lejos de la rigidez de las obligaciones, siente y expresa un joven por sus mayores.
"No, no lo tuteo", le confesó Cavani a José Mastandrea, al referirse a Lugano en un diálogo reflejado por Ovación en su edición de la pasada jornada.
Incluso, en un agregado casi candoroso, el salteño aclaró que "a veces se me escapa y le digo `Tota`, pero me corrijo enseguida y vuelvo a tratarlo de usted; como capitán y como referente, yo lo respeto mucho".
Nada de exageraciones; pero esa forma de ser y de relacionarse internamente -y externamente- de un grupo humano que no es mejor ni peor, sino que tiene un perfil distinto a otros, y al que no es ajeno su conductor, el maestro Tabárez, que lo fue formando no sólo en base a las virtudes que cada uno de sus componentes son capaces de exponer adentro de una cancha de fútbol, tiene algo que ver con que esta selección haya conseguido logros y una consideración universal que "la Celeste" no tenía desde hace mucho.
Antes, en "los años de oro" del fútbol uruguayo, era así. Bajo esas formas estaba establecido el vínculo, jerárquico pero espontáneo, entre el capitán del cuadro y el resto de los jugadores.
Los del 50, por ejemplo, al menos en su mayoría e, incluso, ya veteranos, no tuteaban a Obdulio Varela; y ni qué hablar más atrás en el tiempo, donde José Nasazzi no se convirtió en "El Mariscal" de los campeones olímpicos y mundiales de 1924, 1928 y 1930 por una mera y elemental definición de su personalidad templada, recia, vigorosa.
Roberto Figueroa, puntero izquierdo de Wanderers, jugó la final de Amsterdam y metió el primero de los goles con los cuales Uruguay le ganó a Argentina por 2 a 1. Viviendo un momento de gloria, cuando volvió a Montevideo, el "Chueco" le pidió casamiento a su novia y, tras el "sí" que descontaba, le advirtió a la muchacha: "Ahora tenemos que ir a pedirle permiso a José".
Como la prometida del olímpico no entendía qué era, lo que le estaba diciendo su novio, el jugador fue más concreto y contestó a su pregunta: "Sí, a José, a Nasazzi; él es el capitán de todos nosotros".
Esto no forma parte de la historia; pero no es leyenda tampoco. Es absolutamente cierto. Ya anciano, pícaro, querible, a fines de los 70, Figueroa iba casi todos los sábados y domingos al Estadio Centenario y se sentaba en la vieja bancada de periodistas, donde uno supo de la forma de ser de aquellas generaciones de futbolistas de otrora, no por anécdotas contadas por terceros, sino de su propia boca.
Es más, a principios de la década del 60, Américo Signorelli -hoy periodista de "Punto Penal" y "Rumbo a la Cancha en Radio", y de extensísima trayectoria- quería conocer a José Nasazzi, que a la sazón era nada menos que el gerente de los Casinos Municipales; hasta que un día se dio el gusto.
El "Sordo", entonces, le preguntó a aquel monumento viviente, que lo parecía aún más de traje y corbata, camisa blanca y cuello duro, si era cierta la anécdota del "Chueco"; y "El Mariscal", serio, formal como de costumbre, le dijo -sin siquiera sonreír, como algo muy normal- que sí: ¡él le había dado el permiso de casamiento a Figueroa y su novia!
En fin, ahí baja Diego Lugano, el capitán, de un tranvía de caballos, y enseguida llega Edinson Cavani, uno de los jugadores más jóvenes. ¿Mil novecientos "veintipico"? ¿O 2011? Cualquiera de las dos épocas. La escena no tiene tiempo. Es propia de "la Celeste". De la de antes y la de ahora. Siempre querida y gloriosa.

Obdulio se enojó en la cancha: "¡Gracias, señor!"

A sus 80 años, doña Gladys Castro, aún hoy recuerda en su casa de siempre, en la calle Edison cerca de Instrucciones, que "los que más venían acá eran Míguez, Burgueño y Obdulio".
La viuda de Julio Pérez, campeón mundial de 1950, cuenta que "se pasaban las tardes hablando y ni aún en el momento que Obdulio me hacía señas de que se había vaciado la jarra de vino y yo iba a la cocina a buscar otra, los demás lo tuteaban. Charlaban, tomaban, pero lo trataban siempre de usted a Obdulio. El único que lo tuteaba era Máspoli, pobre… Roque, sí, pero los demás, ninguno".
Además, según doña Gladys, había un ida y vuelta en el trato respetuoso, incluso en situaciones en las que, tratándose de fútbol, hasta hubiese sido común una palabra fuerte, o hasta un insulto: "Después de volver de Maracaná, la selección jugó varios amistosos a beneficio por todo el interior y el primero de todos fue en San Ramón, para comprar una ambulancia para el hospital. Bueno, usted sabe como era Julio, que decían que `se comía` la pelota. Obdulio se la pedía, se la pedía… y no se la pasaba, hasta que le pasó una y, en vez de pararla con el pie, Obdulio se agachó, la agarró con la mano y, enojado, muy serio, le gritó en el medio de la cancha: "¡Muchas gracias, señor! ¡Qué atencioso¡"

No se jugó la ropa: "Hay que hablar con la `Tota`"

Cuentan que pasó antes del Mundial de Sudáfrica; pero pasó, es lo que importa.
La selección tenía que estrenar un nuevo modelo de pantalón deportivo, motivo por el cual un representante de la marca proveedora de la indumentaria viajó rumbo a Europa para consultar la opinión de los jugadores.
El enviado fue primero a España para hablar con Diego Forlán, y recogió una respuesta similar a la que poco después le dio Diego Pérez, aunque la contestación del "Ruso" resultó mucho más gráfica y contundente, cuando el volante fue ubicado a través de una llamada telefónica a Mónaco: "Sí… pero pedile permiso a Lugano; primero hay que pedirle permiso a `la Tota`".
El representante de la marca de ropa deportiva dudó, incluso, pero el "Ruso" cortó con toda posible dulzura: "No, primero hay que hablar con la `Tota`".

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