Igual que la trilogía Memoria del fuego de Galeano, las pinturas de Torres García o la voz de Carlos Gardel, el programa de selecciones del Maestro Tabárez se ha situado más allá del bien y el mal. Y ahora, ¿hacia dónde puede crecer esta ascendente realidad? ¿Dijiste campeones del mundo? ¿Medalla de oro en la Olimpíada? ¿Otra Copa América? ¡Pah, qué bueno estaría! Claro que eso no depende solo de nosotros: los rivales también ju
egan. ¡Y qué buenos son! Si me dan a elegir, me quedo con la construcción de lo irreversible.
Publicado el: 3 de agosto de 2011 a las 07:54
Por: Tato López
No me sorprende que antes del Mundial, cuando ganábamos de vez en cuando, los resultados ambiguos nos provocaran una grave miopía que no nos permitía valorar lo simpáticos que eran los muchachos, los unidos que estaban, cómo cantaban el himno, que siempre usaban traje, la educación con que atendían a la prensa, que nunca negaban un autógrafo, y lo bien que hablaba el Maestro Tabárez en las conferencias. Estos, que en cada acción predican una forma de conducirse, son los mismos que clasificaron a gatas en un desempate con Costa Rica. ¿No será que la grave miopía es cíclica? ¿Y si una noche de cuartos de final con dos pelotas en el travesaño rival, o una tarde de final con un juez que se come al inicio del partido un claro penal, nos quedamos miopes de vuelta?
El piso de esta selección se concretó en la preparación a Sudáfrica. Durante los cuatro años de la eliminatoria, como en todo proceso de aprendizaje, el crecimiento fue desparejo e inestable, pero, metodología y trabajo mediante, en ese período el grupo se apropió del conocimiento y grupalmente internalizó la propuesta.
Un proceso de aprendizaje no culmina cuando uno quiere, sino cuando quienes lo transitan se apropian de la experiencia y estabilizan su manejo. No es de un día pal otro. Los partidos contra Perú y Chile no fueron brillantes, pero con ese piso dio para ser más que los rivales. A México le podríamos haber hecho cuatro. Con Argentina pusimos dos pelotas en los palos y un mano a mano frente al arquero a poco del final. A Perú y Paraguay de vez en cuando se la prestamos.
El funcionamiento del grupo dentro y fuera de la cancha —conceptos, reglas, normas y límites claros, ausencia de rigidez, reconocimiento del otro, afecto, etc.— también sorprende: Forlán terminó el Mundial ocupando el rol de Dios. Al empezar la Copa ese lugar era de Cavani, y al terminar, de Suárez. Los ajustes —sucede en todas las familias— generan crisis que si no se resuelven positivamente suelen atomizar. Estas pueden durar sesenta segundos o toda una vida —Pelé y Riveliño, Maradona y Pasarela—. En este grupo todos disfrutan de los logros de todos. La lectura de que estas cosas suceden porque atrás hay un trabajo, y no porque Marte se alineó con la Tierra, es determinante.
Hay más: Coates, Lodeiro y Abel Hernández, hasta hace poco adolescentes, ya están integrados gracias a que el grupo los cobijó, asimiló y proyectó, elaborando sanamente los humanos primeros sentimientos que dicen estos me van a quitar el puesto. El valioso y fiel espiral de la juventud, que tiene su inagotable fuente en las selecciones de formativas, ya es una realidad integrada.
Nuestro potencial de tres millones de habitantes no es comparable con los cuarenta de Argentina o los ciento ochenta de Brasil. El Maestro lo dijo en una de sus clases, perdón, en una de sus conferencias de prensa: La clave es el potencial. Pero poquitos como somos hay una clave más: expandir la estructura de captación.
Tabárez está preocupado porque entre el baby fútbol y el inicio de las formativas de los clubes —trece y catorce años— la deserción es grande. Hecho el diagnóstico, elaboró un plan y lo lanzó luego de Sudáfrica. Las primeras evaluaciones, por el momento, dicen que le están dando poca pelota —esta es una instancia fundamental si se quiere crecer—. Lo que han hecho los lituanos en el básquet, que me gusta llamarlo la construcción de lo irreversible, podría ser la continuación.
Con sus cuatro millones de habitantes, Lituania, país aislado geográficamente y con un nivel de vida que no es comparable al de la Europa rica, es semifinalista en cuanto torneo de selecciones de básquet participa —actual campeón mundial sub 20, medalla de bronce en el Mundial de Turquía 2010, cuarto en la Olimpíada de Beijing 2008—. A los rusos, que son unos ciento treinta millones, les ganan todos los días. A los turcos, setenta millones, les dan pa tabaco y hojillas donde y cuando quieran. Sus enemigos son los diez millones de serbios, ¡que tienen una organización parecida!
Con una arraigada cultura basquetbolística, un programa de detección de talentos y selecciones de formativas estables similar al de Tabárez, los lituanos integraron a la formación de entrenadores objetivos, conceptos, metodología, etc., utilizados en las selecciones. El fin era que en los clubes se reprodujera el modelo. Luego, año tras año, los responsables de enseñar básquet, que también forman ciudadanos, se reúnen en un congresillo a cambiar ideas, evaluar lo hecho y, si es necesario, redireccionar el rumbo. Se trata de formar formadores dentro de una unidad enriquecida por la diversidad.
Esta quijotada fue impulsada por la federación de básquet de ese país. A corto plazo pasó a ser política de Estado. Los resultados en lo deportivo y lo social han sido tan buenos que los entrenadores lituanos de alto nivel, a diferencia de los jugadores, no son exportables porque no se adaptan al ganar hoy del hiperprofesional básquet europeo.
El Ministerio de Deporte, no el de Turismo y Deporte, siguiendo lineamientos del Maestro, podría llevar adelante la idea. Esta se podría extender a otras disciplinas. El fin no es volvernos competitivos en handball, tenis de mesa o karate. Sí es hacer docencia.
Educación física es educación en movimiento. El juego deportivo, desde el recreativo hasta el de alta competencia, es una herramienta de transmisión de valores, de transformación social, y un espacio para que cada individuo elabore, o reelabore, las mieles y los apremios de la vida. De un futbolista lo que menos me interesa es el futbolista, dijo el Maestro.
Nuestros hermanos argentinos, a raíz del fracaso deportivo de su selección, fueron agredidos mediáticamente por un periodista deportivo —paramilitar del deporte— de nombre Niembro. El formador de opinión impunemente disparó los tan conocidos por nosotros si no quieren jugar que no vengan, que jugamos con los de acá, que no quieren la camiseta, que no son un grupo, que Messi esto y lo otro, que no cantan el himno, que no les importa nada, que el técnico... No hace mucho que los Niembro made in Uruguay decían, además de todo eso, que con esa cara no se podía dirigir una selección, o que si Abreu es un buen tipo invítenlo a los asados. La miopía quizás sea cíclica. El discurso paramilitar, que va y viene según los resultados, sí lo es.
Unos días atrás, al detenerme en un semáforo, dos botijas, uno con la camiseta de Nacional y otro con la de Peñarol, se acercan y... Señor, ¿tiene una monedita? Sí, tengo —les respondo mientras busco—, pero miren que yo soy hincha de la celeste (también soy manya), ¿ustedes no? —los pincho—. ¡¿Cómo que no?! —saltaron—. Díganme una cosa —los pincho de nuevo—, ¿hoy fueron a la escuela? La mueca de bandiditos quedó envuelta en un cuestionamiento interior. ¿Ustedes saben lo que dijo el Maestro? ¡Hasta para jugar al fóbal hay que estudiar! En fin, ustedes saben lo que hacen. Tomá, esta moneda es para vos y esta es para vos. Los miré con cara de preocupación y arranqué. Por el retrovisor vi que se sentaban en el cordón de la vereda, ese desde el que vimos pasar coquetos carnavales, careta viva de un pueblo con dolor, y sentaditos en silencio con la vista en el horizonte, me pareció que repensaban cómo alcanzar sus sueños.