¿Para dónde va la cosa? : 3D o no 3D


Cuando nos detenemos y miramos hacia atrás en la línea de tiempo que ha recorrido el séptimo arte, centrándonos en su evolución, descubriremos mucho, pero, principalmente, nos daremos cuenta que la mayoría de los grande pasos en la depuración de lo visivo y de la puesta en escena han sido técnicos.
La llegada del sonido, la arremetida del color, las pantallas panorámicas, el sonido estereofónico, etc. Todo ha contribuido a que la exhibición sea más significativa, y, en lo sustantivo, ha aportado para que los autores puedan disponer de una apertura de mayores recursos a la hora de comprometerse con la expresión.
Dentro de este paradigma reformatorio, ha habido intentos de avances que cayeron más bien en el universo de lo patético, y no han sido más que instrumentos efectistas con rostro de gancho comercial:

•    El olorama: mecanismo utilizado en ciertas películas, la mayoría clase “B” (tirando para “Z”),  en dónde el espectador, que recibía un tarjetón en la entrada, debía raspar, tal como se hace con algunos boletos de lotería, para que por bajo de la cubierta removida, pudiese oler diferentes aromas, complementos de ciertas sustancias: ambientes, texturas, sustancias-fétidas o  fragantes-que eran parte de la cinta. O sea, cuando aparecía una flor o una comida o un parque, la audiencia acudía a su cartón y obtenía la representación olfativa de los elementos en pantalla.
•    Shock eléctrico: el espectador recibía una descarga eléctrica proveniente de su butaca, en el mismo instante en que en la película  ocurría una acción que involucrase sorpresa o algún susto barato de film de horror clase “B”. Con esto, según los directores y los inventores del mecanismo, las emociones se verían reforzadas y el mensaje de la cinta sería más significativo.
•    El 3-D: antes de la era del 3-D digital, que vimos por primera vez en Chile en la cinta  “Beowulf” de Robert Zemeckis, existió un 3-D análogo u óptico, producto de la combinación  de dos cámaras filmando simultáneamente, que simulaban la visión estereoscópica del ojo humano, con el único fin de desprender la acción desde la bi dimensionalidad de la pantalla hacia la tri dimensionalidad de la vida real, ayudado todo esto por lentes que, por sus virtudes técnicas, aunaban estos dos mundos y generaban el efecto.
El 3-D fue muy popular en los años cincuenta, su época de oro, dónde el público, maravillado por esta revolución tecnológica, acudía por montón a los cines para experimentar sensaciones más fuertes que las acostumbradas. Era novedoso e impresionante. Luego siguieron saliendo, esporádicamente, cintas en 3D, pero la ola masiva de antaño había finalizado.
Más o menos sensacionalista, todos los inventos anexos a la cualidad esencial cinematográfica de las películas, tenían una función, y esa era, únicamente, producir un efecto, robustecer el componente emotivo, a la sorpresa coyuntural, ayudar al shock… Sin embargo, ninguno fue un aporte verdadero al alma fílmica, sólo ganchos comerciales, con espíritus de parque de diversión, que atrajeron a personas ávidas de nuevas emociones.
Las arcas crecieron, los productores y distribuidores se llenaron los bolsillos, pero cuando esos juegos perdieron su gracia, debido a sus propias limitaciones, la gallina de los huevos de oro se murió, llevándose a la tumba todos estos agregados efectistas.
Pero no todo estaba dicho. Con la llegada de la era digital, los procesos computacionales se tomaron la escena, literalmente. Los efectos especiales se volvieron sorprendentes y las posibilidades de los directores de realizar películas como “El señor de los anillos” -improbables sólo pocos años atrás- se volvieron reales y concretas.
Así llegó el sonido digital de múltiples canales y la alta definición reinó y las cámaras HD lograron imitar los 24 cuadros que sólo las  películas en celuloide podían conseguir y que le daban esa textura especial a la imagen, que las diferenciaba del video en 29.97, con su brillo sintético…Y el 3-D resucitó comercialmente
Hoy es la moda y es un boom económico. Todos quieren hacer films en 3-D; todos, desde el rey midas del cine industrial, James Cameron, hasta directores del montón y a contrata, como el de “Saw 3-D, The final chapter”.  La opinión pública y las productoras lo ven como el gran invento, y con cada cinta en tercera dimensión que se estrena se muere un poco más el cine de verdad.
Yo me pregunto ¿cómo puede encajar una película como “El gran Torino” en el territorio técnico del 3-D? ¿Cuál es la gracia de hacer una película como aquella en 3-D?, entonces, ¿es el 3-D un real aporte al cine en esencia?, ¿es el 3-D otro de los grandes aportes técnicos dentro de la genealogía cinematográfica, o es revival de su efectista vida anterior?
Aquí hay dos, quizás tres, caminos: uno, el 3-D se toma las salas y el cine cambia en función de éste; dos, el 3-D muere, se acaba la moda y desaparece, como lo hizo en su primera venida;  tres, se crean dos divisiones tácitas que agrupan a las obras en “pantalla plana” y a las que tiran cosas a la cara.
Hay que darse cuenta de una cosa, un aspecto muy importante y radical. Esta disyuntiva podría generar un cisma, un antes y un después, en el séptimo arte. Sin duda, el 3-D exige films que sean de entretención y/o equivalentes a las cualidades del recurso. Les importa un rábano hacer películas como “La cinta blanca”. Lo que lleva a pensar, que si la cosa sigue creciendo, tendremos que tomar una opción, una opción republicana con cara de Bush: “o estás conmigo o estás en contra mía”.
Yo considero que la técnica y la tecnología hicieron maravillosos aportes al cine. El color, el sonido, los formatos apaisados, etc. Sumaron y no restaron, sin embargo las contribuciones profundas de verdad, fueron las que las grandes mentes creativas hicieron, inspirando a todas las generaciones venideras:
•    La nueva ola francesa (Nouvelle vague) : con sus nuevas formas de montaje; con un cine más fresco; con un cine “liviano”, que se filmaba en la calle, usando cámaras ligeras, sin los grandes armatostes y motores de Hollywood; con gente real cruzándose y conviviendo con los actores; con su atrevimiento editorial; con historias valientes y comprometidas; con genios conceptuales: Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Claude Chabrol, entre otros.
•    El neorrealismo italiano: con la exposición de vidas mundanas, con sus cuentos de pobreza, de la miseria posguerra; con aquella libertad creativa; con sus historias de calle; con la fuerza interpretativa de sus actores y el desarrollo de sus personajes, en medio de la época de oro del Cinecittá.
•    El cinema vérité: con su espíritu de documental dentro de la ficción; con su hambre de realidad y autenticidad; con su provocación; con su creación contestataria.
•    El cine independiente: Con su emperador, John Cassavetes, y todos los valientes del cine underground, que ayudaron a ampliar los horizontes creativos y acercaron el cine a los autores de garage que refrescaron las fórmulas impuestas en Los Ángeles.
•     Orson Wells: Con sus planos secuencias y su locura visual; con el “Ciudadano Kane”, que fundó el cine moderno; con su ingeniería técnica mágica, que ayudó a concretar y plasmar, los planos más icónicos e imposibles que se hayan visto.
•    Los grandes maestros: Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks, Samuel Fuller, Sam Peckinpah, Fritz Lang, William Wyler, Frank Capra, Billy Wilder, Eisenstein, entre otros, que son el alma del cine moderno y contemporáneo; el posmoderno, el que vemos hoy, es sólo una réplica con adornos.
•    Y sobre todo el más grande de todos, el mejor escritor –como dice Robert Mckee- y  más consciente director, el ícono sublime del cine de autor: el maestro sueco, Ingmar Bergman, que se sumergió en el “corazón del alma humana” para buscar respuestas, ante las inacabables preguntas: ¿por qué el hombre…?
El cine evolucionó en muchos aspectos: La técnica fue fundamental y los inventos efectistas tuvieron su época dorada y cayeron en desgracia, pero los avances más importantes no fueron fungibles, fueron de estilo y montaje; de forma y temática. Recordándonos que la esencia del cine es una sola, y es la más sencilla, eterna y perpetua: se hace cine para contar historias, para decirle a tu igual “Esto pienso de la vida”, “así creo que somos”, “así veo esto, o lo otro”, los autores siguen hablando del ser humano ¿la razón? No hay otra que la de hacernos crecer como individuos y ser mejores personas…que es el fin de todo arte.

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