
Ip Man (o Yip Man, como prefieran) es una de las leyendas del mundo de las artes marciales, en tanto entrenó a un tal Bruce Lee. Cuando la vida de este maestro pasa a ser interpretada por otra leyenda, Donnie Yen, Nick Constantine presta atención. Mi opinión, a continuación.
Es muy probable que más de un amable lector de esta reseña esté familiarizado con Bruce Lee, el actor de Hong Kong chino-estadounidense que revolucionó el mundo de las películas de artes marciales. Lee está considerado, con mucha justicia, como el actor de este género más influyente del mundo del espectáculo. Con una vida tumultuosa (por decir poco) y un destino oscuro que parece haber legado a sus hijos (recordemos el trágico final de Brandon Lee en la filmación de “The Crow”), un elemento a veces desconocido del inventor del Jeet Kune Do es que su estilo, así como su formación marcial previa, se basa en los preceptos aprendidos del maestro Yip Man (también deletreado, para público occidental, como Ip Man), su mentor y guía, prácticante de un estilo de kung fu conocido como Wing Chun.
En 2008 se estrenó en Hong Kong una película basada en la biografía del respetado maestro, a cargo del director Wilson Yip (quien estuvo al frente de la reciente remake de “A Chinese Ghost Story”) y protagonizada por Donnie Yen, una leyenda contemporánea del mundo de las artes marciales, que cuenta con una filmografía de más de 50 películas (entre ellas “Iron Monkey”, “An Empress and the Warriors”, “The Lost Bladesman”, “Seven Swords” y, para el cine occidental, “Blade II”). La primera "Ip Man" fue un éxito de taquilla en el ámbito del cine asiático (recaudó más de 21 millones de dólares, sin haber sido nunca estrenada en Norteamérica o, por supuesto, por estos lares), además de recibir alabanzas de crítica y público por igual. El éxito desmedido de esta producción llevó a la realización de una continuación con el mismo director y actor principal, “Ip Man 2”, estrenada en 2010 con éxito comparable. Existe una tercera película, que no mencionaremos por no estar protagonizada por el “mostro” de Donnie Yen.

El primer acto de la película se centra en estos días, con una liviandad y humor que entusiasman y divierten, pero en el trasfondo histórico se acerca un momento complejo en la historia de China: la invasión japonesa de 1937. A raíz de la ocupación nipona, Ip Man y su familia pierden todo, desde la casa hasta los potenciales alumnos del maestro, por la necesidad imperiosa de la población de sobrevivir a toda costa, trabajando en labores indignas y brutales, bajo la atenta mirada de un régimen muy opresivo.
La historia del maestro del Wing Chun lo llevará a enfrentarse a los ocupantes en más de una ocasión, siempre desde un lugar de humildad y “no esfuerzo” típico del taoísmo y filosofía china. Estos enfrentamientos, si bien representan una luz de orgullo y dignidad para sus compatriotas, obligan a Ip Man a abandonar su China natal, para reubicarse en Hong Kong.

El trasfondo político-cultural del Hong Kong de esta época no es mucho mejor a lo que era en China unos años antes, ya que la presencia del “diablo extranjero” británico fuerza a la población a aceptar abusos muchas veces intolerables. La confrontación más grande de la vida del maestro, precisamente, se dará con un practicante británico de boxeo occidental, apodado “Twister”, un campeón del mundo arrogante y desagradable, con respecto al cual uno está contando los segundos hasta que sus dientes vuelen libres para esparcirse homogéneamente en la lona del ring.
Ambas películas son excelentes, con una interpretación medida, humana y descollante de Donnie Yen, quien demuestra no sólo ser un impresionante artista marcial, sino también un actor destacado. Yen sabe cómo transmitir nociones de indignación, compasión y lucha desde el lugar mesurado de un maestro que proclamaba que la mejor manera de pelear era no hacerlo, o “esforzarse por no esforzarse”.

Un apartado especial lo merece la coreografía de artes marciales de Sammo Hung, otra leyenda del cine de Hong Kong, que hace una aparición crucial en la segunda entrega como el arrogante maestro Hung. Las escenas centradas en peleas son sencillamente brillantes y absolutamente recomendables para quienes gusten del wuxia. La técnica de Yen y Hung deja boquiabierto, con momentos de una crudeza sorprendente y estéticamente adecuada. Cada una de las entregas, como es habitual en este tipo de bio-pic de Hong Kong, finaliza con una pelea que deja al espectador con la necesidad de que alguien lo ayude a levantar su quijada del pecho, por la forma inigualable en la que se manejan la tensión y los ritmos del enfrentamiento.

Absoluta, completa e irrevocablemente recomendadas. Sin pasión, con humildad y no-acción. Es más, para estar en línea con la línea de inacción china, se las recomiendo con espíritu taoísta en la siguiente frase:
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